Recordando a John Reed

Un gran militante revolucionario y escritor

Este norteamericano inquieto y brillante fue ante todo un dirigente revolucionario de la Tercera Internacional. Quienes seguimos luchando por el triunfo de nuevas revoluciones socialistas con democracia obrera estamos en deuda con él, no solo por su ejemplo de vida militante, Nos dejó un libro imprescindible, “Diez días que estremecieron al mundo”.

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Por Mercedes Petit

El 17 de octubre de 1920, hace 90 años, falleció en Moscú John Reed, víctima del tifus. Era una más de las miles de muertes provocadas por las penurias inmensas que sufría la Rusia Soviética en medio de la guerra civil. Reed había participado en el Segundo Congreso de la Tercera Internacional, fundada el año anterior en Moscú. Le faltaban pocos días para cumplir 33 años. A su lado estaba su esposa Louise Bryant, también norteamericana, socialista, feminista y escritora, que había viajado en esos días desdeEE.UU. para visitarlo.

De Harvard a la lucha por la liberación de los trabajadores

John Reed nació en octubre de 1887 en Portland, ciudad situada en el extremo norte de la costa oeste de Estados Unidos. Su padre era un hombre que se forjó enfrentando a los monopolios que se apoderaban de las enormes riquezas vírgenes de aquellas regiones. Un buen pasar económico familiar y su gran inteli- gencia le permitieron a Reed ingre- sar en la Universidad de Harvard, la más prestigiosa del país, donde se educaban los hijos de los más ricos y privilegiados. Estudió, pero también formó allí un club socialista. Cuando dejó la universidad comenzó una vertiginosa carrera de escritor, poeta y periodista viajero. Rápida- mente sus traslados comenzaron a acompañar las huelgas obreras del momento. Fue la voz de los mine- ros de Colorado que enfrentaron a Rockefeller y la represión asesina. Acompañó a los campesinos en armas y a Pancho Villa en la marcha sobre el Palacio Nacional, y los retrató como nadie en su libro “México en armas”. Cuando volvió de allí denunció la intervención de las compañías petroleras inglesas y norteamericanas que enviaban oro y armas para combatir la revolución. Fue detenido infinidad de veces.

Al estallar la guerra interimpe- rialista fue corresponsal en Francia, Alemania, Italia, Turquía, los Balcanes y Rusia. Denunció incansablemente esa carnicería, lo que le valió detenciones y juicios. Cuando EE.UU. entró en el conflicto, se salvó de ser alistado porque se tuvo que extirpar un riñón. Con ironía decía que la operación lo “puede liberar de hacer la guerra entre dos pueblos. Pero no me exime de hacer la guerra entre las clases”.

El cronista de la revolución

En julio de 1917 viajó a Petrogrado, en plena revolución, y se quedó. Fue el testigo y participante directo de muchas acciones de aquellos meses decisivos, que llevarían al poder por primera vez en la historia a un gobierno revolucionario de obreros y campesinos, asentado en los Soviets y dirigido por los bolcheviques. Fue juntando los periódicos (Pravda e Izvestia en primer lugar), los volantes y afiches, todo lo impreso que encontraba a su paso (tanto por los revolucionarios como por la contrarrevolución). Cuando volvió a los Estados Unidos logró rescatar su formidable colección aunque al desembarcar en Nueva York se la incautó la policía. Y se encerró a escribir. En poco tiempo nació esa única e irremplazable crónica de la insurrección de octubre: “Diez días que estremecieron al mundo”. Grupos fascistas norteamericanos intentaron varias veces robar su manuscrito de la casa editorial, pero afortunadamente no lo lograron.

Un militante de la clase obrera

La rica producción de Reed como publicista e historiador fue resultado de su dedicación a la militancia revolucionaria. Formó parte del Partido Socialista de EE.UU. En abril de 1918 acompañó con sus crónicas el juicio contra los 101 miembros de los IWW (International Workers of the World). En septiembre de 1919 el PS se dividió y John Reed encabezó su ala izquierda, que fundó el Partido Comunista Obrero. Al mes siguiente fue incorporado al Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional y regresó a Rusia.

En julio de 1920 participó del Segundo Congreso. Luego viajó a Bakú, en el Cáucaso, para acompañar el Congreso de los Pueblos de Oriente. A su regresó a Moscú murió a los pocos días, el 17 de octubre, víctima del tifus. El dirigente e historiador trotskista Pierre Broue escribió: “Con él desaparecía no solo un incomparable cronista e historiador de la revolución rusa, un enorme periodista, sino también un hombre generoso, entusiasta, sincero y desinteresado, convencido de lo que decía y dispuesto a sufrir y morir por sus ideas, un hombre auténtico…” Y agregó que era mucho más que un “revolucionario romántico” como se lo suele presentar: “Un revolucionario cabal, con una inmensa inteligencia, un coraje a toda prueba, una lucidez que le ganaba el respeto de todos.”*

John Reed no titubeó al dejar de lado las ventajas y comodidades que hubiera disfrutado como periodista y escritor graduado en Harvard y afín a su clase de origen. Abrazó con fervor y consecuencia la lucha por el triunfo de la revolución obrera y socialista, cuyos primeros pasos pudo acompañar antes de que lo sorprendiera tempranamente la muerte.

Sus restos fueron depositados en un lugar que tanto amó: la Plaza Roja de Moscú, en las murallas del Kremlin. Los cubren una piedra de granito sin pulir, donde está su mejor epitafio: John Reed, delegado a la Tercera Internacional, 1920.

* Histoire de l’Internationale Communiste (1919-1943). Fayard, París, 1997. Se puede ver la película de 1981 Reds, escrita, producida y dirigida por Warren Beatty, quien también interpreta a John Reed, más allá de que comparta el ángulo de “romántico” que señala Broué.

Fuente: El Socialista